A veces es mejor no pensarlo demasiado, pero cuando uno empieza a reflexionar sobre la gestión de su tiempo, descubre que en la vida adulta pasa más trabajando que durmiendo. Estamos generalizando, por supuesto, pero si tomamos en cuenta que una jornada laboral habitual dura 8 horas, y que a edades adultas ya casi nadie puede dormir ese periodo… Gastamos un tercio de nuestras vidas, como mínimo, en nuestro laburo, y en muchas ocasiones ni siquiera es algo que nos apasione. Hay que pagar las facturas, por supuesto, y debemos sacar adelante la casa y a la familia, pero el trabajo tampoco debe convertirse en lo único que exista para nosotros. El tiempo libre brilla por su ausencia en muchos casos, y a veces tenemos que laburar más horas para poder llegar a final de mes. Por no hablar de las secuelas que muchos oficios dejan para siempre en nuestros cuerpos y mentes.
Aquellos que se han llevado toda la vida trabajando en puestos que requieren mucha fuerza física, por ejemplo, suelen sufrir lesiones importantes de espalda. Su calidad de vida empeora llegados a cierta edad, por todo lo que han tenido que “soportar” durante esos años de laburo. Y no se trata solo de secuelas físicas, sino también psicológicas y mentales, que son de hecho las más habituales. Pasar tanto tiempo en una oficina, o en un trabajo en el que tengamos que estar concentrados, es agotador. Habrá días buenos y otros no tan buenos, donde sufriremos ansiedad y estrés. Y lo peor es que todo eso se ha normalizado en nuestros días, como algo habitual. Las cuestiones psicológicas siguen siendo un tabú en muchos sectores, a pesar de que cada vez son más las personas que las sufren. Adultos y jóvenes que deben tomar tranquilizantes para poder ir a trabajar por la presión que sufren en sus puestos, y que regresan a sus departamentos sin fuerzas ni energías. Personas agotadas que no son capaces de dejar su laburo porque es lo único que les permite sobrevivir. Hoy vamos a centrarnos en uno de esos trabajos peculiares de los que pocas veces se habla, pero que también deja secuelas importantes en todo aquel que lo lleva a cabo: el porno.
Un trabajo duro a nivel físico y mental
Hacer porno puede parecernos una bendición cuando somos jóvenes y queremos sacarle todo el partido posible a nuestra sexualidad. Es una opción absolutamente viable, rápida y eficaz para ganar mucho dinero haciendo además algo que nos gusta. Pero está claro que no todo es de color de rosa. El tabú que todavía pesa sobre la pornografía hace que nada más entrar en la industria quedes marcado para toda la sociedad. En la era de Internet, cualquier vídeo porno se puede viralizar, o guardar para siempre. Eso que grabas te va a “perseguir” toda la vida, incluso cuando decidas dejarlo. La presión a la que se someten los actores y actrices en este sentido es brutal, y a eso hay que sumar también la dureza de un trabajo mucho más físico de lo que parece.
Problemas físicos bastante graves
A veces se nos puede olvidar, o pasarlo por alto, pero al final las estrellas del porno siguen siendo actores. Tal vez no tengan tanto texto ni tanta necesidad dramática como los de Hollywood, ya que su función es otra. Más bien podríamos compararlos con los especialistas, aquellos sustitutos que participan en escenas de acción y riesgo, y que están especializados en peleas, saltos y golpes. En este caso, la función principal del actor porno es tener sexo delante de la cámara. Pero habitualmente, el encuentro sexual se desarrolla de una manera intensa y hasta agresiva, por lo que el esfuerzo físico es mucho mayor. Por no hablar de las posturas que a veces se dan y que suelen ser poco apropiadas para la salud corporal, incluso cuando los actores hagan pilates o yoga para compensar.
Dependerá también del tipo de escena que se suela grabar, y por supuesto, del tiempo que el actor o actriz se exponga a este trabajo. La vida laboral media de una estrella del porno está entre los 5 y los 7 años, un periodo muy corto en el que deben aprovechar al máximo el tiempo para ganar toda la plata posible. Hay estrellas que apenas han estado unos meses en la industria, como Mia Khalifa, y otras que llevan décadas despuntando, pasando de teen a MILF. Cuanto más tiempo te expongas a este tipo de escenas, especialmente intensas, más problemas físicos vas a poder desarrollar. Y hay un factor de riesgo también muy importante, el de las enfermedades de transmisión sexual, que parecen haber sido erradicadas del porno, pero que todavía se siguen dando. Muchas actrices y actores acaban contagiándose y esto les puede dejar graves secuelas.
Posibles secuelas emocionales
La dureza y la intensidad de las escenas en lo físico no se puede comparar siquiera con la verdadera secuela que el porno nos puede dejar: la emocional. El placer sexual puede ser divertido y excitante, pero cuando se convierte en un trabajo, en una obligación, la cosa cambia. Hay actrices que entraron en la industria con unas ganas locas de grabar escenas todos los días, pero que acaban quemadas al poco tiempo. Agotadas física, pero sobre todo emocionalmente, al no poder soportar todo lo que implica un trabajo tan intenso e íntimo. Tener sexo con desconocidos varias veces por semana, delante de las cámaras, puede ser desestabilizador para cualquiera. Y esta es solo la parte más directa.
De forma consciente, cuando alguien entra en el porno sabe que está asomándose a un abismo de rechazo y marginación. Las cosas están cambiando en los últimos años y la libertad sexual es ahora mayor, pero eso no quita que una actriz porno siempre sea señalada por ello. Será una gran estrella, tendrá todos los estudios que quiera y llevará también a cabo una labor encomiable en su vida a través de la ayuda y la beneficencia, pero seguirá siendo una trabajadora sexual. Esa carga mental y social es seguramente la parte más dura de trabajar, o haber trabajado en el porno. La mayoría de ex estrellas coinciden en la dificultad de encontrar pareja, de tener una relación estable, o sencillamente, de mantener a amigos y seres queridos cerca. Muchos se alejan al conocer el trabajo de esa persona, algo que puede provocar también un vacío emocional y social difícil de gestionar.
Una carrera que dura pocos años
Las secuelas de trabajar en el porno, al menos ante las cámaras, son bastante evidentes. Nuestra imagen quedará marcada para siempre, y eso es algo que tendremos que aprender a asumir. Es como si lleváramos un tatuajes en la cara que avisara a todo el mundo de cuál ha sido nuestro oficio, algo que no ocurre con casi ningún otro. Y lo peor es que además, esa carrera por la que lo hemos sacrificado todo no va a durar más allá de unos pocos años. Son muy pocas las estrellas que logran sobrevivir más de una década en una industria como el porno, que busca solo fagocitar la belleza de los actores y actrices. Así que antes de entrar a laburar en el porno porque quieres divertirte y cumplir tus fantasías, mejor preguntarse, ¿de verdad me vale la pena?